28 febrero, 2012

No sé qué me dio por comenzar.

Sí, la verdad no sé por qué me dieron ganas de reanudar este blog que se quedó en una entrada (como si no tuviera suficientes tareas por las cuales preocuparme). La cosa es que sentí un impulso, de esos que llegan sin contratiempos y se instalan a sus anchas, mirándonos altaneros y esperando a verse cumplidos sin más.

A veces siento que no tengo nada qué decir, especialmente porque odio hablar de lugares comunes o temas que se han convertido en cliché. Lo mejor sería elegir un tema y comenzar a desarrollarlo. Sin embargo, siento que, al menos por esta vez, no me funcionará. No tengo ganas de seguir ninguna estructura predeterminada por lo que queda de esta tarde.

Quiero hablar un poco de todo lo que me va pasando por el pensamiento. Esta mañana desperté muy de buenas sin ningún motivo aparente. Fui a clases y hasta un cono de vainilla pude comerme antes de llegar a mi casa. ¿No les pasa que llega un momento del día en el que uno se dice: "No quiero repetir la misma rutina de ayer"? Pues a mí sí, lo absurdo es que generalmente es lo que termino haciendo.

Hace falta voluntad hasta para eso. Para todo hace falta, en realidad. Como en este momento, explico: a veces me resulta muy difícil dar con tres líneas buenas que salven el día antes de dejarlo amontonarse en el pasado e irme a dormir, mientras que otras veces más de diez líneas se me escapan entre las teclas y se convierten en un documento de word que se anexa a la carpeta de hojas sueltas, entre las que se apilan cuentos a medias, ensayos que quizá sólo yo leería, pensamientos sin forma y sin fortuna, y todo el revoltijo de emociones, ideas, palabras y acertijos con los que me haya topado ese día. Es como hacer una bitácora de vida, pero muy a mi manera. Una bitácora en la que no hay indicios de las personas con las que hablé, ni de los acontecimientos que mi percepción captó, sino más bien el conjunto de impresiones particulares hechas metáfora y aventadas al papel (digital).

A veces se siente rico dejar caer todo lo que uno trae encima en una hoja en blanco. Otras, más bien resulta un tanto difícil, no tortuoso, pero sí he llegado a sufrir porque la mayor parte de las veces no sé cómo cerrar mis historias; presiento que es un mal hábito adquirido en quién sabe qué momento, la cosa es que ése es mi principal problema a la hora de escribir, y como todo, sin un buen final, la historia completa puede venirse a pique y dejarse caer de bruces antes de que logremos explicar en qué acabó aquel embrollo mental que la creó. En fin, quizá mis finales traten de ser eludidos con tal de continuar con la historia. Sabrá dios, sabrá el mundo, cualquiera, menos yo.

Ya los dejo, no vaya a ser que de verdad alguien me lea y se enoje conmigo por hacerle saber esta sarta de palabrería sin don de mando. Buena tarde a todo el universo.